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Doce pasos por videollamada

El protagonista de Fight Club no tenía nombre. Tenía una adicción. Sin tener cáncer terminal, asistía a grupos de cáncer terminal.

Acá el protagonista soy yo y los personajes tienen nombre. Sólo el de pila. Alejo, Verónica, Soledad, Carlos. Esto es una videollamada de sexo-adictos anónimos. Me estoy haciendo pasar por uno.

¿Cómo mierda terminé acá?

Quería material para la columna. Otro ángulo a la cuarentena. Después de un poco de investigar encontré Sexo-Adictos Anónimos.

Se juntan en iglesias, en centros comunitarios, pero hoy se juntan acá, en Skype. Las cámaras de los once hoy reunidos están apagadas. Sólo uno tiene el micrófono abierto.

-Hola, mi nombre es Carlos y soy un adicto al sexo en recuperación y hoy voy a ser el moderador.

Comienza a leer las reglas del espacio. Este no es un lugar para conocer gente. Están prohibidas las descripciones sexuales crudas. No se pueden mencionar el nombre de establecimientos sexuales ni de páginas pornográficas ni de aplicaciones de citas. Dicho todo esto, nos invita a repetir:

“Dios, concédeme serenidad para aceptar aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que puedo y sabiduría para entender la diferencia.”

Nos invita a reconocernos como adictos. Un adicto, dice, no tiene poder. Por eso debe entregarse a uno superior. 

Ahora sí. Podemos comenzar. 

Cada uno tiene 6 minutos para compartir. Es por orden de llegada. Soy segundo.

Carlos apaga su micrófono y otro lo enciende.
-Hola, mi nombre es Alejo y soy un adicto al sexo en recuperación. Los comportamientos de los que me abstengo son: masturbación crónica, sexo casual, sexo anónimo, sexo intrusivo, sexo sin preservativo, exhibicionismo y voyeurismo. Han sido unas buenas 24.
24. Así se refieren al día acá. Dice que la cuarentena lo está ayudando. Que está célibe hace dos meses. Que está feliz y que le da miedo. Que piensa que no le va a durar. Rememora -riéndose- tiempos en los que tenía uno, dos, tres encuentros por día en el baño de una estación de servicio. Deja de parecerle gracioso cuando agrega sífilis, hepatitis y HPV al relato. Está en medio de una oración y de repente se escucha que alguien dice, tiempo. Se terminaron los 6 minutos.

Me toca a mí.

Todavía hay nueve personas que no contaron su historia, y quiero escucharlas, pero tienen un precio. Tengo que inventarme una. Me invento -también- un nombre.

-Hola. Mi nombre es Federico y soy un adicto al sexo. Esta es mi primera sesión.

Hola Federico, contestan. Y ahí arranco. Les digo que la cuarentena viene siendo difícil para mí. Tanto que la rompí 5 veces para tener sexo con desconocidos que encontré en internet. Nada de todo eso es cierto, pero ellos no lo saben. Me escuchan. 

Por algún extraño motivo me siento aliviado. Quizás es por esto que el 13% de las confesiones a crímenes son falsas. Tal vez todo lo que buscaba esa gente era un poco de alivio. Ya está. Me atraparon. No tengo que correr más. Métanme en la celda. No importa si no lo hice.

Mi imaginación no llega a llenar 6 minutos de confesión ficticia y cedo la palabra antes. 

Sigue otro.

Escucho a un hombre casado adicto a las prostitutas. A una mujer adicta a grabarse. A uno que siente que todo es culpa de la iglesia. A otro que siente que todo es culpa suya. A uno que tuvo una recaída, “actuó”; otra vez la vecina.


Empiezo a entender por qué esto funciona. Alcohólicos Anónimos, Narcóticos Anónimos, Sexo-Adictos Anónimos. Vas a una reunión por semana. A veces más. Contás tu historia, las cagadas que te mandaste. Lo haces tantas veces que en un momento ya no significan nada. Son solo palabras. 

Y yo estoy acá, escuchando esas palabras, y me empiezo a preguntar qué derecho tengo para engañar a esta gente. Para afanarme estas historias. Para contarlas. ¿Quién hace esto? ¿Hacerse pasar por un adicto al sexo con tal de tener qué escribir en su columna? No sé.
Todos terminan sus relatos igual. Agradecen a su poder superior, al grupo por escuchar y por último a mí, por unirme.
No queda más que decir.

El moderador da por finalizada la reunión y nos desea unas buenas 24. Algunos me pasan sus teléfonos para apadrinarme. No voy a llamar.
Me despido y cuelgo. 

El protagonista de Fight Club hacía lo que hacía porque lo ayudaba a dormir. El protagonista de esta columna, también.

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