Tengo tiempo para pensar. Tengo tiempo para pensar porque estoy encerrado. Porque no puedo dormir. Porque el gobierno me lo dio, aunque no me preguntó primero si lo quería. Y pienso en Héctor. De cincuenta-y-largos, petiso, gordo, pelado. Era el guardia del edificio de mis viejos. Además de guardia, decía ser espía. De jueves a lunes, de 8 de la noche a 6 de la mañana, se sentaba en la mesa de entrada del edificio. Tenía una computadora, una laptop. Me decía que aprovechaba las horas de la madrugada para avanzar con su “otro trabajo”. Una noche llegué a eso de las dos de la mañana. Venía de verme con una mina que nunca me dio bola. Mi plan era irme directo a dormir, pero Héctor tenía otros planes. Me empezó a sacar charla, y esa charla se convirtió en un monólogo, y antes que me diera cuenta eran las 6 de la mañana y seguía ahí. Esa madrugada me contó muchas cosas. Me contó que su familia quería que se hiciera cura y que él se había escapado para hacerse policía. Que había...
Sólo alguien de gran trayectoria tiene su propia columna. Por eso me hice la mía. La Nación, Clarín, Página 12: pueden chuparme la pija.