Dejemos algo claro. Yo no rompí la cuarentena. Eso es un crimen y es irresponsable y jamás me cagaría así en mis co-ciudadanos. Ahora, no puedo decir lo mismo del amigo de un amigo. El chabón no sólo rompió la cuarentena, sino que además escribió una columna al respecto. Me pidió que la publique yo. Es que claro, no quiere ir preso.
Ésta es su columna.
Escribime cuando llegues, me dice mi amigo.
Vine a cenar a su casa. Hace tres meses que no nos veíamos.
La calle está más picante que de costumbre, me dice, no seas boludo, escribime.
Bajamos por el ascensor. Son las 2 de la mañana y hacen 8 grados. Estoy de jean y sobretodo. Mi amigo está en patas. Abre la puerta. Lindo verte, me dice. Me abraza.
Salgo a la calle. Parece la escena de una película de terror clase B. No hay nadie. No hay autos, no hay gente, no hay cana. Veo esto y me acuerdo de cuando tenía 15 años y uno de los curas del colegio me dijo, todos son ateos hasta que se empieza a caer el avión.
Buenos Aires a las 2 de la mañana de un lunes feriado en cuarentena es un avión cayéndose, y por las próximas 7 cuadras, creo en Dios.
Camino por Callao y subo la mirada. Las luces de los departamentos siguen prendidas. Además del coronavirus, la ciudad está siendo golpeada por la pandemia del insomnio. Los síntomas son variados, pero los más comunes son re-ver las dos temporadas de Los Simuladores por decimocuarta vez, escribirle a tu ex y comprar compulsivamente por Mercado Libre.
Yo nunca le escribí a mi ex.
Los únicos inmunes al virus del insomnio parecen ser los guardias de seguridad, que duermen como bebés mientras paso por las puertas de sus edificios.
Estoy a punto de doblar y veo luces rebotar contra las fachadas. Son las luces de un auto de policía acercándose. Me preparo para que se aproxime. Para que me pregunten qué hago en la calle a esta hora.
-Por qué está circulando?
-Salí a hacer ejercicio. Entre 8 de la noche y 8 de la mañana se puede.
-¿Saliste a hacer ejercicio de sobretodo y jean?
-Sí oficial. ¿No vio la película Rocky? Él se ponía un buzo encima para transpirar más.
-Pero vos no estás corriendo.
-Estoy calentando. Ahora en 10 cuadras empiezo a correr. ¿Me quiere acompañar?
El patrullero sigue. Nadie me pregunta nada. Yo sigo.
Llego a la plaza. La parte más peligrosa de mis 7 cuadras. Mientras la cruzo pienso en los nutricionistas. Se deberían avivar. Alguno debería parar y decirle a sus pacientes, más bien… recomendarles seriamente que salgan a correr a esta hora. El miedo de que te afanen va a hacer que bajes 2 kilos por semana.
Llego al final de la Vicente López. Cruzo la calle vacía y las vías públicas comunicando ofertas que vencieron en abril. Paso por un café al que solía ir y que probablemente nunca vuelva a abrir. Sólo me queda una cuadra. Una cuadra para pegarme una ducha e irme a dormir. Una cuadra para olvidarme de escribirle a mi amigo y que me llame preocupado. Una cuadra para volver a ser un ateo en un avión estable.
Esa cuadra termina y abro la puerta de mi edificio. Mi guardia de seguridad se despierta y actúa como si nunca hubiese estado dormido. No nos decimos una. Con una mirada es suficiente.
Yo no le cuento a nadie si vos no le contás a nadie.
Trato.