Antes sólo veíamos barbijos en la cara del dentista. Ahora los vemos en la cara de todos. Todos dentistas. Buenos Aires, la capital de los dentistas. Y recordemos, a nadie le gusta ir al dentista.
Los runners corren por la ciudad. El Rosedal está convertido en un recital del Indio Solari. Corren y con cada paso van dejando en el olvido al tipo que corrió una maratón en su monoambiente. Qué puedo decir, todos nos merecemos nuestros 15 minutos de fama, pero los suyos se terminaron.
Los novios declaran la autoflexibilización de la cuarentena y visitan a sus parejas. Pasan el fin de semana. Los divorciados vuelven a convivir. Jimena Barón se re-enamora de Daniel Osvaldo. Ah no. Se vuelve a su casa.
La gente se reúne alrededor de la tele a las 8 para escuchar el nuevo número de infectados. Lo seguimos como la Superliga, pero esta vez nadie quiere salir campeón.
De repente el consultorio del psicólogo no conoce límites. Hacen las sesiones desde livings, dormitorios, cocinas, quizás alguno hasta de un baño. Les hablamos de qué nos pasa, pero los vemos y no podemos evitar sentirnos un poco mejor al pensar, uh, está hecho concha.
Las iglesias se llenan de humedad y los taxistas andan sin pasajeros -tristes- porque ya no pueden promulgar la palabra del señor. “El señor” siendo ellos mismos, y “la palabra” la verdad absoluta que conocen: que este es un país de mierda.
La mayoría engorda, sube de peso, llenándose el estómago de carbohidratos y mierda. El único que se mantiene en forma es el rappi que los trae. La paradoja delivery.
Uno camina y ve colas en los supermercados, en las verdulerías. Toda la ciudad en una cola, en una gran cola, esperando a que el empleado público jugando al sudoku nos atienda al fin y nos diga, listo, firme acá, ya es libre, sáquese el barbijo. Lastimosamente eso no pasa y uno sigue caminando y ahí están, las tiendas en liquidación, pero lo único que vemos son tiendas liquidadas.
Ya no vivimos en nuestras casas. Vivimos en Zooms interminables y escuchamos en loop “Yendo de la cama al living” de Charly, mientras él se llena los bolsillos yendo de su casa a la clínica.
Me canso un poco de todo y salgo a la calle. Son las 9 de la mañana y hace frío. Entro a una cafetería. Sólo venden para llevar. Un macchiatto doble por favor, 100 pesos y salgo. Camino hasta algo que puedo usar de banquito. Me siento. Veo a un policía viendo la nada. Veo mi café. Me saco el barbijo y empiezo a tomar. Lo tomo lento. Momentos como este no son comunes en la cuarentena. Hay que disfrutarlos. Mi cabeza viaja en el tiempo y va a febrero de este año.
Me despiertan de mi transe unos gritos.
-¡Oficial! ¡Oficial!
Levanto la mirada. Es una viejita con una bufanda verde.
-¡Oficial! ¡Está sin barbijo!
¿Dije que era la capital de los dentistas? Me equivoqué. Es la capital de los botones.