Empieza con un golpe. Pam. Son las 2 de la mañana. Ya es sábado. En 8 horas tengo que publicar la columna. No sé de qué escribir. Calculo que nos pasará a todos, digo, a todos los columnistas reconocidos de la República Argentina. A nadie se le debe caer una idea. El motivo es obvio: no pasa nada. ¿Y qué puede pasar en una ciudad confinada? Una pelea con el rappi, un corte de wifi, no mucho más. O sí. Lo vuelvo a escuchar. Pam. Me levanto de mi silla y camino por la casa. Busco de dónde viene. Pam, de vuelta. Pongo la oreja contra la puerta de servicio. Pam. Pam. Pam. La abro. Salgo en patas al pasillo. Pam. Viene del ascensor, o no exactamente. Viene de abajo, del subsuelo. Bajo en silencio por las escaleras. Cada vez se escuchan más ruidos. Voces cantando. Una banda tocando. Llego al estacionamiento del edificio. Me asomo por la puerta. Ahí, en el subsuelo, veo gente saltando al son de “Siman Tov! Mazal Tov!”. Un hombre y una mujer sien...
Sólo alguien de gran trayectoria tiene su propia columna. Por eso me hice la mía. La Nación, Clarín, Página 12: pueden chuparme la pija.