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Todo por una buena temporada


Esta es la parte que se saltearon en Catequesis.


En el cielo, Dios tiene una habitación donde trabajan todos los escritores que murieron y fueron al paraíso. Cada Diciembre se reúnen con el jefazo supremo para decidir qué va a pasar la próxima temporada. Pero en diciembre del año pasado Jehová no estaba contento.


-¿Qué es esta poronga?- dijo el señor, leyendo el guión.


-La temporada 2020- respondieron los escritores.


-Muchachos, esto no funciona. Es predecible. La sinopsis necesita una vuelta de tuerca, como cuando metieron a los personajes de Trump y Bolsonaro. Este guión necesita algo más. ¿Es necesario que les recuerde por qué existe esta habitación?


-No señor- contestó la habitación de sólo hombres. Es que claro, las cuestiones de igualdad de género todavía no tenían mucha fuerza en el paraíso por el simple motivo de que la mayoría de sus activistas todavía seguían vivas.


-Me parece que sí es necesario. -continuó el Barba- Esta habitación existe para mantener entretenida a la humanidad. Lleva haciéndolo por milenios. Inventó a personajes increíbles. Alejandro Magno, Hitler, el Trinche Carlovich. Nunca una mala temporada. No quiero arrancar ahora.


En ese momento, se acercó el Arcángel Gabriel.


-El problema es que sólo tenemos escritores medio pelo. -dijo el arcángel, insensible a los egos de la sala- Los buenos, los grandes, los mejores escritores eran o unos hijos de puta, o no creían en Dios, o se creían Dios, y por eso están todos en el infierno.


Dios asintió con la cabeza.


-Deberíamos hacer un trato con Lucifer.


En ese instante Dios chasqueó los dedos y se teletransportó a la oficina del Diablo.


La oficina del Diablo era un sauna seco que funcionaba con los huesos de los injustos, la codicia de los políticos y una resistencia de acero inoxidable. 


Ahí estaba Satanás, en toalla, relajándose por primera vez en siglos. Ya había conseguido la deforestación, la traición, la envidia, el desperdicio, la contaminación, cientos de crisis económicas y la corrupción argentina, su más grande logro. 


Se merecía un respiro.


De repente, una luz inundó el lugar. Satanás soltó un grito.


-Pero la re putísima madre, ¿quién osa interrumpir mi descanso?


-Yo -dijo Dios saliendo de la luz.


-Uh, flaco, ¿qué querés?


Dios sacó una larga lista -Quiero a tus escritores. A Shakespeare, a Borges, a Hemingway, a Ray Bradbury y a todo el resto.


-¿Y a cambio? ¿Qué me das?


-Te doy a mis músicos.


-Los músicos que fueron al cielo son malísimos. ¿Sergio Denis? No gracias.


-Está bien, te doy a mis emprendedores.


-Nunca un emprendedor exitoso fue al cielo.


-Bueno, ¿a quién querés entonces?


El diablo abrió su toalla y de ella sacó un papel muy pequeño, del tamaño de una estampita.


-Quiero a la Madre Teresa de Calcuta.


Dios cerró los ojos.


-Podés tener a Ayrton Senna, pero a Tere no.


-Tere o nada.


-Nada. No hay trato.


Dios chasqueó los dedos y desapareció de la habitación.


La habitación de escritores fue inundada por una luz.


-¡Ya una solución o me pongo en modo Antiguo Testamento! -Dios gritó furioso, y en ese instante se le ocurrió una idea.


En la tierra, en ese momento, el escritor de Game of Thrones, George R. R. Martin, se estaba rascando la panza pensando un final para su libro que fuera mejor que el de la serie. 


No estaba teniendo demasiado éxito. 


De repente, perdió la sensibilidad en todo su brazo izquierdo. Le faltó el aire. Era un infarto. Se agarró el pecho desesperado, intentó gritar, pero no hubo caso. Murió encima de su teclado, con su nariz apoyada sobre la letra t.


Apareció en el cielo, en la sala de escritores.


-¿Dónde estoy?


Dios lo tomo de la mano y le dijo -Hijo mío, bienvenido al paraíso.


-Tengo una novela que terminar, no puedo estar acá. Necesito volver a la tierra.


-Puedo ofrecerte un trato.


-Pensé que sólo el Diablo ofrecía tratos.


-Dios cada tanto se puede dar una licencia.


Temeroso, George preguntó, -¿Cuál es el trato?


Ahí Dios le explicó la situación de la serie.


-Si cerrás una buena temporada, te regreso a la vida.


George lo pensó. Era una oferta razonable.


-Está bien. Acepto.


El tiempo no existe en el paraíso, así que no tendría sentido medir la estadía de George R. R. Martin ahí de ese modo. Lo más cercano a ese concepto que podríamos encontrar es la factura de todas sus consumiciones: 94 cafés, 27 hamburguesas, 196 helados, 75 New Cokes y 752 Don Saturs. 


Después de todo eso y 14 borradores estaba listo. Podía presentarle a Dios. 


En esa reunión, sentado en el fondo, también estaba el Diablo.


-Todo comienza en China, con una sopa de murciélago. -dijo George y empezó su relato. 


Dios, por primera vez desde la Inquisición, sonrió, y por algún motivo el Diablo no podía parar de reírse.


Fue un éxito. Dios chasqueó los dedos y George desapareció.


Reapareció en la tierra, en el mismo momento en el que había muerto. Su primera reacción fue gritar, celebrando que estaba vivo. Su segunda fue preguntarse por qué antes de morir había escrito 666 páginas de la letra “t”.

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