Empieza con un golpe. Pam.
Son las 2 de la mañana. Ya es sábado. En 8 horas tengo que publicar la columna. No sé de qué escribir.
Calculo que nos pasará a todos, digo, a todos los columnistas reconocidos de la República Argentina. A nadie se le debe caer una idea. El motivo es obvio: no pasa nada.
¿Y qué puede pasar en una ciudad confinada? Una pelea con el rappi, un corte de wifi, no mucho más.
O sí.
Lo vuelvo a escuchar. Pam.
Me levanto de mi silla y camino por la casa. Busco de dónde viene.
Pam, de vuelta.
Pongo la oreja contra la puerta de servicio. Pam. Pam. Pam.
La abro. Salgo en patas al pasillo. Pam.
Viene del ascensor, o no exactamente. Viene de abajo, del subsuelo.
Bajo en silencio por las escaleras.
Cada vez se escuchan más ruidos. Voces cantando. Una banda tocando.
Llego al estacionamiento del edificio. Me asomo por la puerta.
Ahí, en el subsuelo, veo gente saltando al son de “Siman Tov! Mazal Tov!”. Un hombre y una mujer siendo revoleados en sillas por el aire. Una madre llorando de emoción.
Sí. Lo que estoy viendo es la fiesta de un casamiento-judío-ortodoxo-clandestino.
El rabino me ve y viene corriendo.
-Pibe, pibe. ¿Qué hacés? -dice nervioso- Entendé, en nuestra religión no se puede tener relaciones hasta el matrimonio. Sabé entender, te lo pido.
Me explica que la pareja se iba que casar el 30 de marzo, pero por la cuarentena había decidido posponerlo hasta diciembre. Bueno, hasta que los planes cambiaron. El padre de la novia se encontró al novio trepándose por la ventana.
-Ahí decidieron que había que hacer el casamiento ya.
-¿Pero cómo llegaron acá?- le pregunto.
-Sos goy, pero parecés de confianza. Acompañame.
Cruzamos gente bailando, platos de varenikes en el piso y enanos con ceniceros en la cabeza hasta llegar a una Kangoo. El rabino abre el baúl.
Los ojos muertos de mi portero me miran.
-Necesitábamos un lugar para celebrar. Edgar se opuso. No nos quedó opción.
-Entiendo- digo. Lo digo porque es cierto. Lo digo porque Edgar nunca me cayó bien.
-Tenemos que deshacernos del cuerpo para que siga la fiesta.
-Dame las llaves. Yo me encargo.
El rabino cierra los ojos y me las da.
-Gracias pibe.
Me subo a la Kangoo. Me miro en el espejito y sonrío. Al fin tengo una idea para la columna.
¿Quién dice que no pasa nada en cuarentena?