-¿Te das cuenta que sos un chorro? -Pero lo pagás, así que debo ser bueno. Éste es Esteban, mi psicólogo. No tiene problemas de autoestima. Tampoco de plata. Conocí a Esteban por primera vez cuando tenía 18 años. Estaba mambeado y egomaníaco, y él -ya en ese tiempo- cobraba una fortuna. Cuando me desenrosqué lo dejé. Llevaba yendo hace algo así como un año. Salí de ahí desmambeado, pero todavía egomaníaco. ¿Y? ¿Qué te vas a esperar de un pendejo de 18 años que laburaba en La Nación? Tenía tanta humildad como Cristiano Ronaldo. Me sentía como la última Coca-Cola del desierto, o más bien la última Coca-Cola del universo. -Pero, ¿qué tiene que ver esto con Esteban? -Nada, pero esta es mi columna. Después de dejar a Esteban no pisé un psicólogo por años. Me manejé solo. Usé a mis amigos y si algo me pesaba mucho lo escribía. Eso que escribía solían ser diálogos conmigo mismo. Hablaba con una versión que sabía un poco más y que se enojaba un poco menos. Mantuve eso por un tiempo, hast...
Sólo alguien de gran trayectoria tiene su propia columna. Por eso me hice la mía. La Nación, Clarín, Página 12: pueden chuparme la pija.