-¿Te das cuenta que sos un chorro?
-Pero lo pagás, así que debo ser bueno.
Éste es Esteban, mi psicólogo. No tiene problemas de autoestima. Tampoco de plata.
Conocí a Esteban por primera vez cuando tenía 18 años. Estaba mambeado y egomaníaco, y él -ya en ese tiempo- cobraba una fortuna.
Cuando me desenrosqué lo dejé. Llevaba yendo hace algo así como un año. Salí de ahí desmambeado, pero todavía egomaníaco.
¿Y? ¿Qué te vas a esperar de un pendejo de 18 años que laburaba en La Nación? Tenía tanta humildad como Cristiano Ronaldo. Me sentía como la última Coca-Cola del desierto, o más bien la última Coca-Cola del universo.
-Pero, ¿qué tiene que ver esto con Esteban?
-Nada, pero esta es mi columna.
Después de dejar a Esteban no pisé un psicólogo por años. Me manejé solo. Usé a mis amigos y si algo me pesaba mucho lo escribía. Eso que escribía solían ser diálogos conmigo mismo. Hablaba con una versión que sabía un poco más y que se enojaba un poco menos.
Mantuve eso por un tiempo, hasta que eventualmente alguien me pidió que volviera a terapia. Mi ex.
Quería arrancar fresco, así que le pedí a un amigo que me recomendara una psicóloga. Me pasó el número de Luisina. Luisina… qué nombre de mierda.
Cuestión, arranco a ir con esta mina y en la primera sesión me pregunta por qué estaba ahí.
-Mi novia me lo pidió. Me dijo que ella iba a arrancar terapia sólo si yo también arrancaba.
Después de hablar un poco y ahondar en el tema, mi nueva psicóloga me recomendó que me separe.
Pasaron algunas cosas en el medio, pero básicamente después de volver a tratamiento las cosas se fueron acomodando. Me cambié de laburo, corté con mi novia y me mudé solo.
Mi ex tenía razón. Necesitaba hablar.
Luisina era buena. El problema con ella -el único, diría- era que me bancaba en todo. Sin importar qué le dijera, siempre me decía “¡Bien hecho!”, hasta cuando era moralmente dudoso.
Por suerte eso se resolvió solo. Un día me quedé dormido y falté. No me dijo “¡Bien hecho!”. Me dijo que me vaya bien a la concha de mi madre.
De más está decir, no volví a verla.
Después de Luisina fui a otra psicóloga, también con un nombre de mierda: Gretta.
Gretta era buena en su laburo y el opuesto total a la otra. Era fría, no se reía de mis chistes y no tenía problema con cobrarme una sesión si faltaba.
Fui un par de meses. Estaba yendo bien, pero no excelente. Ella también tenía un problema. Era medio cagona.
Una vez me tiró un análisis cliché. Algo con mi viejo. La miré de costado y… fue más o menos así:
-Pensé que habías terminado la facultad.
-La terminé.
-¿Entonces por qué me tirás razonamientos de estudiante de primer año?
Se congeló. No me contestó. Cambió de tema.
A la semana la dejé. Necesitaba alguien que se animara a insultarme.
Está esa frase, ¿saben?, esa de “siempre se vuelve al primer amor”. Bueno, eso fue lo que hice.
Volví con Esteban. Volví con él aunque cobraba más que las otras dos combinadas.
En la primer sesión después de años me hizo la gran Gretta.
-¿No tendrá algo que ver con tu papá?
-Dale Esteban. Ponele onda. Me estás cobrando un secuestro macrista. Esforzate, no sé. No me tires un análisis cliché.
-¿Y qué querés? Sos de manual. Lo único que te puedo tirar son análisis clichés. La verdad analizarte es una boludez.
Esteban, si estás leyendo esto, chupate una pija.
Nos vemos el miércoles.