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Whisky

 


Esto que vas a leer es afanado. Le pasó a una mina con la que solía laburar.  


Cuestión, era el funeral de su papá. Como ella viene de una familia bastante bien acomodada, lo iban a enterrar en el Cementerio de la Recoleta. 


Ahora están en la procesión llevando al padre en el cajón y van pasando por las tumbas de Eva Perón, Sarmiento y básicamente todos los que que fueron alguien o que tuvieron mucha guita. 


Ella va al frente, con la familia más cercana, su novio, y detrás el resto, esos que no son tan cercanos para llorar ni tan lejanos como para no asistir. 


Finalmente, llegan al sepulcro. El lugar donde el padre de esta mina va a quedar reposando y descomponiéndose por cientos de años.

Ella está dolida. Dolida de verdad. A ver, era su padre y es lógico que se sienta así. Llora y de a momentos siente que se le cae el cuerpo. Yo creo que si fuera mi viejo no sabría cómo reaccionar. Creo que estaría ahí, en silencio, y que recién al año de su muerte empezaría a procesarlo todo. Pero bueno, esta historia no es sobre mí. Esta historia es afanada y me la contó ella y no sabe que la estoy escribiendo, y si le va bien se va a enterar y probablemente me llame muy enojada. 


Ojalá me llame muy enojada. 



Bueno, ella está ahí. Entre todo el gris, abren el sepulcro y empiezan a bajar la tumba. Ella ya no puede contenerse y empieza a llorar, espasmos y todo, ¿viste? llorar feo, feo. El novio la intenta contener pero ella llora y llora y grita y de repente entre todos esos mocos y lágrimas siente… “click”. Un flash. 


Corre la cabeza para la derecha y ve a un grupo de coreanos. Turistas coreanos. Turistas coreanos que vinieron a conocer el Cementerio de la Recoleta, un lugar emblemático de Buenos Aires. Un lugar donde están enterrados grandes hombres y mujeres. Un lugar donde tuvieron la suerte de cruzarse con un funeral en vivo. El guía les cuenta que es muy raro ver uno en estos días, que el cementerio está casi lleno, y ellos agarran sus cámaras, apuntan y vuelven el momento inmortal, y cuando vuelvan a su casa allá en Corea van a mostrarle las fotos a sus amigos, y entre las copas de vino, asado, tango y los monumentos porteños se van a encontrar con la imagen de esta mina con la que solía laburar en un ataque de llanto violento, incapaz de aceptar un mundo sin su padre. 


Sintió el flash y todo se frenó. Cortó el llanto en cero y siguió. 


Vivió la ceremonia, escuchó hablar al cura, a su vieja, a los que fueron los amigos de su padre y durante todo ese tiempo solo pudo pensar en los turistas. Le dieron el pésame y pensó los turistas. Se acostó a la noche y pensó en los turistas. Lo hizo durante el resto de la semana. Indignada por lo que habían hecho. Furiosa. Furiosa con los turistas. Como si ella no fuera también una turista. Como si su viejo no hubiera sido un turista. Como si todos nosotros no fuéramos turistas. En esta tierra un rato, haciendo ruido y sacando fotos con flash hasta que nos toque volver, no a Corea, pero probablemente a ningún lugar.


Whisky.


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